viernes, 24 de enero de 2014

LA CENICIENTA

La Falsa Cenicienta

Quizás te suene mi nombre. Tengo el placer de decirte que yo soy la Cenicienta.

No porque sea una romántica empedernida y crea no poder vivir sin mi príncipe azul (aunque sí), ni porque a veces tenga la sensación de trabajar en casa como una esclava (aunque sí), ni porque a partir de las doce no soy persona (aunque sí), ni siquiera porque tenga los pies muy pequeños (aunque sí). Tampoco por ser gafe o  agorera, que no lo soy, ni porque me sienta vil escoria, no van por ahí los tiros.

Mi sobrenombre me viene por mi extraña relación con la ceniza: creo que un porcentaje elevado de mí misma, está hecho de ceniza. No de cualquier ceniza, por supuesto. No la que exhalan con furia ciertos volcanes cuando se despiertan, ni la que cubre y protege con su frío gris el rescoldo de un fuego, ni la que se guarda con respeto en una urna, aunque esto ya esté más cerca de lo que te quiero contar, por no decir más caliente. 

La ceniza que circula por mi cuerpo es la del Génesis. 
La madre del polvo indestructible.  
La del barro y la costilla. 
La que traza el Círculo. 

Lo mismo te pasa a ti, ya lo sé y sé que tú lo sabes, aunque a veces, muchas veces, tontamente, los dos miremos para otro lado.

 Memento, homo, quia pulvis es in pulverem reverteris.

Como la materia gris de mi cerebro, como la energía que circula por mis meridianos, como la filigrana oscura de mis nervios o el caudal rojo de mis arterias, finos hilos de ceniza me recorren de punta a punta. 
Polvo soy y al polvo volveré, tremendo pero lindo.

La cruz de la frente que me recuerda el fin de la juerga marca el doble estigma de la cuaresma con sus vigilias y de que me quiten lo bailao y lo que seguiré bailando.

La ceniza es poderosa, puede volar muy alto, dar la vuelta al mundo, cubrir ríos, sumergir pueblos. El mismo Jesús la usó para inaugurar la homeopatía: devolvió la vista a un ciego untando en sus ojos obstruidos una pasta hecha con ceniza y espuma de su divina boca.

Otro dios, Shiva el gran destructor, no para de bailar y tocar la flauta por los siglos de los siglos, y no se lo impide el que su cuerpo sea del color y la materia azul grisácea de la ceniza. Los propios yoguis de la India, tiñen su piel de ceniza para manifestar la renuncia a los placeres mundanos y ganarse unas rupias luciendo su fina  estampa: eros y tánatos hermanados.  

El ave Fénix, ese enorme pájaro tan bello y tan fiero que vive en el mismísimo Jardín del Edén, muere y renace de sus cenizas cada quinientos años, guardando en su pico la llave de la inmortalidad.

La ceniza es mi luto y mi esperanza, vive en mí; si me pinchas, quizás derrame grises gotas sobre el dibujo de la alfombra. 
Porque yo, y no la rubia del zapato de cristal, sí que soy la Cenicienta.



2 comentarios:

  1. María, me han impresionado tus cenizas, la simbología de lo gris, el polvo, el renacer.

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  2. La ceniza es para mí parte del ciclo, recuerdo de pequeño recoger la ceniza de la chimenea y echarla a un montón de compost para revolverla con la tierra y abonar el huerto... polvo al polvo, y cenizas a nutrir la vida.
    ¡Brindemos por los ciclos!

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